«Escribir es para mí
un acto complementario
al placer de fumar«
André Gide
Pese a quién le pese Literatura y tabaco han ido estrechamente unidas desde que se trajo la primera planta de Tabaco de América a Europa y aún más cuando se popularizó su consumo. Así lo reflejan multitud de citas atribuidas a novelistas, dramaturgos o poetas que como Pessoa, incluso le dedicaron parte de su obra: «Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos/ y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos./ Sigo al humo como a una ruta propia,/y disfruto, en un momento sensitivo y competente,/
la liberación de todas las especulaciones» decía el genial portugués en «Tabaquería«.
Y aunque son miles los escritores que fuman y han fumado a lo largo de los siglos, no son tantos los que han escrito sobre ello, sea porque entre bocanada y bocanada, la imaginación se les fue hacia otros derroteros, o porque prefirieron incorporar el tabaco como un elemento más en sus historias. No se trata de hacer apología del tabaco con la excusa de hablar de Literatura, pero sí de reconocer el justo papel que ha jugado y juega como actor y agente en el noble arte de la escritura.
En ese sentido baste destacar algunos títulos recientes, en los que el tabaco juega un papel protagonista desde el mismo título. Es el caso de la recién publicada «Tabaco«, de Juan Ramón Zaragoza, en la que el autor retrata un hipotético futuro en el que la planta de tabaco sucumbe a causa de un virus imposible de neutralizar.
Otra novela sugerente en ese sentido es la homónima «Tabaco«, escrita por Ramón Vilaró y subtitulada «El imperio de los marqueses de Comillas». En la misma se mezclan Historia y ficción, relacionando a la citada casa de Comillas y el mercado de tabaco con las colonias españolas en el siglo XIX.
Finalmente, y más recientemente, se ha publicado «Los ceniceros«, una novela de Florence Delay que, sin ser un libro sobre cigarrillos alude de alguna forma al tabaco y sus cenizas.